Si hay una cosa, en cualquier rodaje o grabación, que puede ser sumamente agradable o sencillamente terrorífica es el catering. (Catering: Voz inglesa. Masculino. Servicio de suministro de comidas y bebidas a aviones, trenes, colegios, etc.).
A lo largo de estos años de relación con el Cine y la Televisión he tenido la oportunidad de disfrutar (y sufrir algunas veces) este tipo de servicio de comidas que depende en buena medida de los posibles con los que cuenta cada producción concreta y que puede ser más que aceptable pero también escaso o de muy baja calidad. En general pueden ser fríos, en la mayoría de las ocasiones compuesto por bocadillos o sándwiches bebidas variadas agua y refrescos o bien calientes, con distintos platos precocinados, aperitivos y nuevamente bebidas calientes o frías.
En realidad el catering, como ese momento en que se hace una parada para tomar fuerzas, es uno de los episodios más agradables de nuestro trabajo, ya que nos permite pasar un tiempo relajado (no siempre) con nuestros compañeros, momento que podemos aprovechar para conocernos mejor, intercambiar opiniones o simplemente distraernos por unos instantes de nuestra tarea, que generalmente suele ser muy estresante.
Como ya he comentado, la bondad del mismo depende en buena medida del presupuesto al caso, y los Productores (como regla general) procuran ofrecer lo mejor que pueden ya que de todos es conocido que un equipo con la panza llena y feliz, trabaja infinitamente mejor que uno cabreado después de una oferta culinaria pobre o en algunos casos inexistente.
Por tanto, después de algunos años en esta profesión, he tenido la oportunidad de vivir alguno de estos momentos, e incluso (obviaré decir en qué Programa tuvieron lugar los hechos) algún que otro motín por cuenta del mismo, o mejor dicho de su inexistencia.
Otra cosa sucede cuando estás desplazado fuera del plató habitual y/o el número de integrantes del equipo es muy elevado. Y es que en general, cuanto más lejos estas, más se complican las cosas. De forma similar, cuando no se trata de equipos reducidos sino de grupos de trabajo con cien o más profesionales trabajando a la vez. Obviamente no es lo mismo pedir un servicio de comidas para diez personas que para doscientas. Pero ahora, en esta ocasión, me voy a centrar en la distancia y en la dificultad.
Y es que las cosas se pueden complicar mucho cuando estás trabajando en lugares delicados. Países lejanos con costumbres gastronómicas distintas a las nuestras, selvas y junglas, desiertos, lugares inhóspitos y alejados, travesías largas por tierra o por mar y así un largo etcétera de posibles situaciones. Es decir, todo un reto para Producción.
Bien es cierto que hoy en día podemos “disfrutar” de menús autocalentables (¡?) con una cierta variedad de productos que van desde los trozos de cerdo o pollo con arroz, hasta las patatas cocinadas en diversas modalidades, junto con ciertos tipos de verduras, carnes de ternera o pavo… Por supuesto las frutas en almíbar y prácticamente todo tipo de bebida y fundamentalmente agua. En cuanto a los menús que se calientan solos al abrirlos, he tenido la oportunidad de padecerlos en algunas producciones, aunque si he de ser sincero cuando llevas muchos días comiendo en condiciones penosas acabas por agradecer algo caliente.
Y aquí entramos en los tópicos. Tópicos que en muchas ocasiones no dejan de coincidir con la realidad. Tal es el caso de la famosa lata de fabada, casi siempre bienvenida, sobre todo cuando aprieta el frio de verdad o directamente a temperatura ambiente, cuando lo que aprieta es el hambre y el cansancio. ¿Os imagináis una lata de fabada en el Rif? ¿Y en la puerta del desierto, Ouarzazate? Lo bueno es que a partir de los cuarenta grados no es necesario calentarlas…
Por otra parte nos encontramos, a veces, con las comidas fuera de lugar. Recuerdo, por ejemplo, una de las mejores tortillas de patata que he comido en mi vida y que tuve la suerte de disfrutar… ¡en Haití! En Puerto Príncipe y por cuenta de la Embajada de España (gracias a la mujer de Juan, el Canciller de España) o una paella inolvidable que pude saborear en Brasil, cerca de Manaos, como una más de las atenciones que Pedrito Grau nos ofreció durante la filmación de “Pangea”. Como por arte de magia presentaba ante nuestros atónitos ojos un par de auténticas bolsas de arroz “bomba” de Valencia, junto con el resto de ingredientes (solo con pollo, sin conejo, eso sí) que nos hicieron valorar una vez más la lejana y admirada cocina de la albufera. Pero no todo han sido cosas tan apetitosas…
También he probado algunas comidas ajenas a nuestra cultura occidental tales como gusanos y larvas (chinicuiles por ejemplo) de varios tipos (los únicos que me gustan son los del maguey), hormigas de distintas procedencias y variedades (incluidos por supuesto los bachacos y las chicatanas) tortuga, tapir (conocido en algunos lugares como danta) armadillo, piraña o caribe, la guabina, el lau lau, el nopal (me encanta) por supuesto saltamontes (en México los riquísimos chapulines) además de huevos de mosca y otros tantos insectos…
La tortuga (cocinada, no en sopa) el tapir y sobre todo el armadillo me han impresionado bastante. Probablemente este último el que más.
Y como no podía ser menos serpientes; víbora con patatas fritas (no es broma) cascabel ahumada y enlatada, (por cierto pasada de fecha) y algunas otras delicias como huevos (y huevas) de distintos animales…
Aunque una de las delicias que más me ha costado llevarme a la boca han sido las arañas (mona, migala) y el famoso ¿guisado? de mono, que también he probado deshuesado y asado directamente al fuego. En ambos casos suele costar bastante saltar la barrera que nuestra cultura impone de forma consciente y que, presente en todo momento, solo es superada cuando masticas… si es que consigues hacerlo.
Otra cosa con la que no puedo (y que he tenido que probar por fuerza) es la sangre fresca de algunos animales. Esta costumbre africana (que también he padecido en el Caribe) me repugna en extremo hasta el punto que en alguna ocasión he estado al borde de dar al traste con el trabajo (filmación, grabación) dado lo mucho que me cuesta probar siquiera este tipo de bebida (¿?)…
En cualquiera de los casos hay algunos “bocados” con los que no he podido, como los escorpiones o algún tipo de ratas y/o roedores, que simplemente me han parecido repulsivos.
Bien es cierto que en nuestra cocina occidental tenemos también bocados que para nada me apetecen como las crestas de gallo, la sangrecilla, los pescados fermentados o los quesos con gusanos. Tanto o más asco me producen los ojos de besugo y las patas de pollo…
Recuerdo una anécdota (trabajando en el Reino Unido) en donde una vieja conocida me ofreció un plato exquisito, preparado por su marido. Sin saber lo que comía me pasé la velada alabando el plato en cuestión, hasta que finalmente mis anfitriones se dignaron explicarme lo que tan gustosamente había comido: Haggis: un plato típico de Escocia en el que se prepara el estómago de una oveja o de un cordero (como fue el caso) con partes de su corazón, hígado y pulmón hasta conseguir una especie de rara y abultada morcilla blanca. Riquísima e impresionante.
Es por tanto y en definitiva, nuestro cerebro el que acaba “opinando” sobre la bondad o no de una determinada comida, siendo su aspecto y características externas (tales como el olor o la forma en que se ha cocinado) las que pueden movernos a disfrutar del mismo o simplemente a pasar (con educación y si ello no supone una falta de respeto) por alto la degustación del mismo.
Siempre he procurado adaptarme a las costumbres de los lugares que he visitado (en muchas ocasiones no me ha quedado otro remedio) lo cual me ha llevado a valorar, apreciar y estimar la cocina occidental y la suerte que tenemos de poder disfrutarla.
Pero si hay algo que me repugna hasta el extremo, es el hambre que he podido ver en algunos países del llamado tercer mundo. Por eso, al final, comer un trozo de araña asada o un par de gusanos vivos, es simplemente, una mera anécdota. Así que ahora, valoro en su justa medida algo tan bueno, como el catering. El catering de rodaje.