Camino del Desierto

Por la tarde el parte no presagia nada bueno ya que el viento está rolando y amenaza marejada. No es que me inquiete mucho porque después de algunos años navegando he aprendido a valorar las tormentas en su justa medida. Pero si me preocupa pasar una noche entera en vela recibiendo los pantocazos del ferry en carne propia. Nuestro equipo, redactora,  cámara, productor y yo mismo hemos llegado a Málaga a la hora de comer y la tarde se ha hecho eterna hasta que ya entrada la noche hemos podido embarcar. Los camarotes de siempre y la cama más alta para variar.

Finalmente el levante se enfada cuando llevamos unas dos horas navegando y el resto de la madrugada, hasta el amanecer es una auténtica pesadilla. El barco sube y baja y todo el equipo que no está bien estibado vuela por los aires con una facilidad que asombra a los primerizos. Sobre las cinco de la mañana salgo con Ander (nuestro operador de cámara) a mover un poco las piernas, pero la cosa está complicada y decidimos volver al camarote.

Al cabo la tormenta va cediendo y nos disponemos a desayunar grabando algunos planos del famoso Ras Tileta Madari‎, cosa bastante complicada ya que la mar sigue picada y la lluvia se obstina en ser desagradable, además de que todos estamos derrengados después de la mala noche que hemos pasado a bordo. Así que, curiosamente, nuestra ruta por el desierto empieza pasada por agua.

Marruecos y Argelia son los destinos que tenemos en nuestro timing de trabajo, aunque afortunadamente estos se irán cumpliendo en dos grandes escalas. Una primera, la que ahora nos ocupa, bajando hasta Oujda y después en el Oriental Desert Express (el tren marroquí del desierto) hasta el límite con Argelia, y una segunda desde Ouarzazate hasta Tinduf, si ello es posible y la frontera está abierta.

Esta es la segunda vez que visito Nador, la primera tuve la suerte de hacerlo participando (como Realizador) en un documental para Televisión Española dirigido por Luis Calvo Teixeira, donde pudimos compartir unos días de rodaje estupendos. En esta ocasión vamos provistos con un equipo bastante completo de Betacam SP de Sony. Todo revisado y en orden. Un trípode, un par de cinturones de baterías (más las extras) tres micros de corbata, una alcachofa por si acaso, quitavientos, las petacas, un caja de cintas, cargadores, antorchas…

Nos está esperando el coche que nos va a trasladar hasta Oujda por la vieja carretera de la costa. Cargamos todo y comenzamos el viaje. El día se va arreglando poco a poco y apenas hemos cruzado la “Mar Chica” cuando el Sol finalmente se hace el amo. Poco después dejamos atrás Kariat y cuando pasamos por el cabo Kebdana, justo antes de llegar al parque nacional de Moulouya nos para la policía, que pone patas arriba todo nuestro equipaje. Comprobados los permisos podemos continuar. Bienvenidos a África, casi una hora perdida.

Ya nos advirtió Rachid (nuestro acompañante local y chofer) que ir por Selouane (por el interior) era más corto y rápido pero queremos dejar los preciosos pasos de Beni Snassen para la vuelta. Finalmente, después de un viaje bastante pesado, Oujda.

Con medio millón de habitantes, y pegada a la frontera con Argelia, Oujda es una bonita ciudad que no ha perdido el encanto tradicional árabe-bereber para ser engullida por la modernidad. De hecho conjuga ambos valores en una simbiosis bastante interesante.

Desde esta preciosa villa tomamos el tren del desierto, que aunque está enfocado al turismo no deja ser toda una experiencia, tanto por su recorrido como por la belleza de los paisajes y la gente que se ocupa de él, atentos en todo momento a la menor de nuestras necesidades.

Los kilómetros se suceden con gran lentitud y al poco el viajero tiene la sensación de haber retornado al pasado, a los años cincuenta. El aroma del te lo envuelve todo y el traqueteo de los pocos vagones que conforman el convoy incita a soñar nuevos viajes y aventuras. La ciudad del desierto, Bouarfa, queda todavía lejos y las paradas se van sucediendo poco a poco. Una de las más interesantes tiene lugar tras pasar el famoso túnel de Tiouli, después un largo camino hasta Ain Beni Mathar, Tendrara…

Es curioso este tren, donde todo está convenientemente preparado para que podamos visitar algunos nómadas en sus jaimas, probar su famosa (y caliente) leche de cabra e incluso olvidarnos, por algunos instantes, que estamos trabajando y que de nuevo, en la siguiente parada, habrá que volver a montar el pesado trípode, balancear los blancos, buscar planos adecuados y en definitiva hacer aquello para lo que nos pagan. Aunque lo más sorprendente de este viejo (pero cómodo y fresco) ferrocarril son las paradas necesarias e imprevistas que el maquinista tiene que hacer cuando la arena ha sobrepasado las vías y sus ayudantes tienen que bajar, armados con las típicas palas, a desalojar la línea para que el tren pueda continuar su camino. Todo ello entre el alborozo del grupo de turistas alemanes que nos acompaña y que se dedican a tomar fotos de cada grano de arena, cuando no a intentar sacar algo de la misma, cosa que los ferroviarios festejan entre grandes risotadas.

En realidad la escena parece surrealista o sacada de una vieja película en blanco y negro de exploradores ¿El doctor Livingston, supongo? Y es que no puedo por menos que sorprenderme cuando la cansada máquina avisa de una nueva parada. Todos abajo y vuelta a empezar. Palada tras palada hasta que la línea férrea queda nuevamente expedita.

Finalmente nuestra amiga de metal cumple y nos acerca hasta Bouarfa.

Climat du Maroc, tal es el nombre del pequeño hotel que nos acogerá esta noche y nos permitirá no solo descansar sino… ¡darnos una ducha! Después de los trescientos kilómetros en tren nada hay que me pueda hacer más feliz. Al atardecer, preparamos la salida en el todoterreno hacia el oasis de Figuid en lo que los nativos consideran el fin del mundo y que en realidad para nosotros, no es sino el comienzo de la nueva etapa que nos llevará hasta Ouarzazate, la puerta del desierto.

Las viejas pistas Citroën, la Legión extranjera francesa en los tiempos de la ocupación, el Atlas, las dunas del desierto y el esplendor del anochecer, se mezclan con los sonidos de la noche, las  ghaytah y el dulce canto del Muecín que nos arropa cuando tomamos un ligero té con menta mientras entornamos los ojos para soñar despiertos una vez más. Se ha hecho muy tarde.

Ahora las pequeñas y secas aldeas asentadas sobre tierras cada vez más rojas, embebidas por la arena creada al principio de los tiempos, los tamarindos y las palmeras cuajadas de frutos forman parte de nosotros. El viaje nos ha permitido hacer un master olfativo en donde las especias y los frutos secos se han mezclado con los delicados aromas que esta tierra maravillosa y mágica desprende. Marruecos se ha metido dentro de mi alma, perfumándola con un toque a musk y almizcle.

Mañana en el Oasis, respiraré nuevamente ese aire lejano, caliente y seco que viene de lo profundo de África, y recordaré que todavía estoy vivo y que el destino me ha permitido llegar hasta aquí. Al camino del Desierto.

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Marruecos y Argelia son los destinos que tenemos en nuestro timing de trabajo, aunque afortunadamente estos se irán cumpliendo en dos grandes escalas.
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Patxi Grande
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